La entrada de EE.UU. a la II Guerra Mundial en 1942 marcó el inicio de esa relación de este país con México y sembró el precedente para una presencia más fuerte de la comunidad mexicoamericana en este territorio: El inicio del programa “bracero”.
En el artículo “Los braceros: un capítulo en la historia de la migración entre México y Estados Unidos”, de Emma Smith, se estipula que durante el programa bracero, de 1942 a 1964, casi cinco millones de mexicanos entraron a laborar en los campos agrícolas de EE.UU.
“En 1945, había más de 75,000 trabajadores o ‘braceros’ trabajando en los ferrocarriles y más de 50,000 braceros en la agricultura”, se destaca.
Eran mexicanos de escasos recursos, los mismos olvidados por la Revolución Mexicana. Fue para unos, un don. Para otros, maldición.
Los primeros trabajadores, tenían acceso a trabajos estables y mejor pagados que en México -esa continúa siendo la premisa de la migración- con un permiso de trabajo. También sirvió de motivo para que otros mexicanos vieran a EE.UU. “como el campo de los sueños” y buscaran, emigrando de manera ilegal, los mismos que sus coterráneos “braceros”.
La mano de obra, se abarató.
En ese entonces, el Movimiento Chicano y Comité de Organización de los Obreros Agrícolas, AFL-CIO se manifestaron en contra del programa y esto, según Philip Martin, profesor de la Universidad de California, fue una de las tres causas por las que terminó, ya que desde su perspectiva, la existencia del programa impedía la posibilidad de proteger los derechos de los indocumentados. Con esto también concluyó el derecho del gobierno mexicano de negociar legalmente “en nombre de sus ciudadanos”.
Braceros somos
El impacto del programa bracero continúa hasta nuestros días. Y muchos tenemos historias personales que nos ligan a él. O conocemos a un bracero, o somos familiar de alguno.
Mi abuelo materno y sus dos hermanos mayores fueron unos de esos mexicanos que emigraron a EE.UU., a California, como parte de ese programa a finales de la década de los 50, dejando la vida del rancho de Las Crucitas (municipio de Yuriria, Guanajuato, México). Temporalmente, luego de varios años mi abuelo regresó a México y sus hermanos se establecieron en EEUU logrando, primero, la residencia y posteriormente la ciudadanía estadounidense.
Uno de mis tíos abuelos siempre decía que para él “no hay nada mejor que Dios y este país”, porque fue el que le permitió sacar a su familia adelante.
Su esfuerzo en el campo mejoró la vida de sus hijos, nietos y bisnietos ya criados como estadounidenses, sin olvidar sus raíces mexicanas.
En el caso de mi abuelo, aún estando en México, hizo posible que hoy yo escriba estas líneas radicada de manera legal en EE.UU. y sin haber pasado por las privaciones, dolor o sufrimiento que pasan miles de inmigrantes.
Es por eso que para muchos mexicanos y mexicoamericanos, el “sueño americano” comenzó en los campos de California.
Esa es la base del “Sí se puede” de César Chávez. De lograr un trato justo, de buscar siempre esa esperanza de “una vida mejor”, que es el verdadero “sueño americano”.