«Soy tan audaz
como se puede ser
me revuelco entre la muchedumbre
y lo rozo todo». (BYE BYE).
Ocho años. Eso hubo que esperar para que la banda argentina Babasónicos regresara a Chicago el pasado 19 de agosto. Sí, una larga espera desde su presentación anterior, en el Concord Music Hall, en 2014 y donde entonces –no sé ahora— la acústica nada más no hacía justicia ni ayudaba.
Ya sin las credenciales propias del oficio que tuve por tantos y tantos años, ir de público resultada atractivo y muy liberador, en el sentido de que pagas por tu boleto y por lo que quieres ver, escuchar y apreciar a tus anchas.
La ocasión fue el primer día del Ruido Fest 2022, donde se presentaron como parte de su «Bye Bye Tour»—evento que no me es ajeno. Lo cubrí desde su concepción y anuncio en 2015 y hasta 2017 con previas (hasta 2018 hubo previas, pero ya no cobertura de evento, por situaciones ajenas al oficio del periodismo pero que interfieren en él) para el ya difunto periódico (El) Hoy.
Además, en ese entonces, con la etiqueta #RumboaRuidoFest, se armaron artículos previos y claro, cobertura posterior. Otros medios locales lo hicieron con sus propias etiquetas y esto, siguiendo un modelo muy común y corriente en el periodismo: notas previas, entrevistas, para hablar del evento, de los artistas y sí, claro, para crear expectativa, pero sobre todo, para generar contenido con propósito y que no, no es promoción ni publicidad, algo que los entendedores y conocedores de cada oficio, distinguen aún en las líneas delgadas y algunas veces, borrosas, que los separan.
Esto me remonta a los inicios del Ruido como tal. La expectativa, la emoción, el saber que en Chicago era el sitio donde surgía un festival de música latina-alternativa que le daba espacio a esos artistas que no llegaban a los medios «tradicionales» o principales (el famoso «mainstream») y que de paso, ayudaba a abrir brecha y conversación al respecto. Se estaba apostando por un festival que primero, tenía una curaduría buena, que se diferenciaba del resto de los festivales y que con el paso de los años demostró tener lo suyo. Y que claro, llamó la atención.
Regresar al festival este año, fue la oportunidad de experimentar un festival en los tiempos actuales. Luego del acatado y obligado encierro de 2020 y sus cancelaciones, el 2021 con sus reservas y ya este 2022, sin tener que andar del tingo al tango como prensa. Ahora resulta que sí, escribo no por oficio, sino más por gusto y misión de representar a culturas e identidades, algo que siempre fue y ha sido, que hice y hago, y no esperando realmente más que eso, darme el gusto y decir cosas.
Y ver a Babasónicos lo venía planeando. Había dos o tres actos que me llamaban la atención del programa de este año, otros me intrigaban y otros ni por equivocación. Hay otros festivales latinos que localmente siguieron al Ruido, pero francamente, no son de mi gusto personal. Y como ahora es por gusto, pues agusto.
Pero, ya me estoy desviando del tema o más bien, estoy cerrando el cerco con palabras —todas esas palabras, que puedo y quiero escribir, porque si no, me desesperan y se hacen una «Aduana de palabras»-.
Es hora de retomar a los Babas, uno de los grupos del rock argentino, latinoamericano y en español, más emblemáticos y visionarios, cuyas letras están cargadas, repletas, llenas de poesía, mensajes, protesta, crítica social, sexualidad y cotidianidad.
A ellos no les tocó cerrar el primer día. Eran los segundos en un programa que, con todo respeto al titular del día, Cuco, ese lugar de cerrar, era para los Babas. Pero, también se entiende que Cuco sea de una generación más joven que ahora es «la que va a los festivales».
Los Babas llegaron regios empezando su set con el sencillo reciente, «Bye Bye», seguido por «Los calientes» y «Putita», para continuar un festín musical en el que faltaron , por el tiempo y la naturaleza del evento, piezas como «El baile de Odín», por citar un tema.
No entraré en eso de la profundidad de «ser conocedora» del grupo. No. Fui como muchos, a escucharlos y a valorar que hayan vuelto por estos lares.
Cuando ya casi terminaban su set con los temas «Irresponsables», «Carismático», «Yegua», comenzó inmediatamente, el set de Cuco. Cuando le «cortaron» la voz (el micrófono, para no sonar dramática ni alarmista, menos poética), el público optó por cantar por él.
No es culpa de Cuco y quizá, fue responsabilidad del equipo de los Babas o la logística, ya que los argentinos subieron al escenario minutos después de lo pautado y en esos eventos, hay un programa a seguir.
Pero era un minuto lo que faltaba para que, en su primera participación en el festival y en su regreso a Chicago, se despidieran y cerraran esa presentación cual debe. Primero, por respeto a su arte y lo mismo aplica a cualquier artista y segundo, porque estamos hablando de los Babasónicos.
Algo que lleva a reconocer que Ruido debe cuidar esos detalles que dicen mucho. Más porque, en sus inicios, era un festival que arriesgaba, que proponía, que mostraba y en el que la curaduría tenía propuestas interesantes, un espacio para compartir y mostrar nuevas propuestas. Esa misma curaduría que le ganó estar de ponente, presente, en festivales musicales alternativos, en espacios de ese tipo, a nivel internacional. Ya fuera para saber cómo entrarle a esta parte del mundo, la de los dólares, o porque realmente se le vio como lo fue fue en sus inicios, un evento con una curaduría con respeto y amor a la música y sí, visionaria. De hacer algo chingón con poco y algo donde lo más importante, era que que el artista que se subiera a la tarima, conectara con el público y diera algo distinto.
Algunos dirán que esto no es negocio. Es más mal negocio pensar así. Ruido fue, el que abrió brecha para que otros festivales latinos locales surgieran. Y no lo supongo. Solo basta con ver lo que surgió después.
Y también ver lo que pasó cuando la curaduría original cambió y ahora se ve solo como contratación de artistas, llenar un programa o un negocio del que no se entiende ni en el idioma en el que cantan.
Separar a veces lo personal y lo profesional, los gustos personales o motivos, no es difícil; cuando se es medio, se hace. Sobre todo cuando se tiene bien claro lo que un oficio de periodismo o en el ramo comunicación es. Se sabe qué líneas cruzar y cuáles no.
Pero, en un sitio personal o en el género periodístico de la opinión, es donde los gustos personales imperan, es donde se ampara uno. Más cuando la opinión —no crítica— tiene fundamento, dejando al lado cualquier asociación personal. Para eso se supone, uno tiene criterio y lo practica.
Todo este revuelto de ideas, también refleja que, no existe en algunos organizadores, en algunos promotores, el respeto no solo al artista, sino también al público, en este caso latino y mayoritariamente mexicano.
Y como mexicana, diré por no sé por qué número de ocasión —ya parezco disco rayado, desde 2002— que pese a ser los mexicanos los que llenamos la mayoría de los festivales, de los eventos tanto locales como en las principales ciudades de EE.UU. y los que hacemos el llamado «mercado hispano», se nos trata con los eventos, con la organización, con todo, como si no contarámos, cuando gracias a nosotros, muchos crecen sus negocios y sus ganancias.
Y el respeto comienza por respetarnos primero como lo que somos. Pero esa es otra conversación.
Y para ser un festival latino, sí hay que ser latino. No nada más por moda, negocio. La representación no es apropiación ni la apropación hecha por alguien que no nació, sufrió, gozó o vivió nuestras experiencias, solo porque le da dinero, negocio, accesos y un séquito de gente que hace todo por sentirse algo.
Aplica para todo. Y eso es todo al respecto… con respeto.
Ahora,»Tengo asuntos importantes que atender». (Bai Bai).