El Hijo del Santo comparte vivencias de su infancia y de lo que es portar la icónica máscara plateada.
CHICAGO- Jorge Guzmán tenía 7 u 8 años cuando se dio cuenta que era hijo de un superhéroe. Para muchos niños de esa edad, la asociación y la percepción de su progenitor como tal es normal. En el caso de Jorge, era una realidad: Su padre es El Santo, El Enmascarado de Plata.
No hubo introducción, plática o explicación previa. Fue una sorpresa bien planeada, una llave bien colocada de parte de su padre hacia él. Hubo emoción y algo de misterio.
Parte deporte, parte espectáculo, la lucha libre mexicana tiene ese arraigo peculiar, en parte debido a las películas de Santo -más de 60- mismas que El Hijo del Santo disfrutaba en su infancia.
El menor de los diez hijos de El Enmascarado de Plata era ajeno al secreto e identidad de su padre.
“Mis hermanos mayores ya sabían, pero era un secreto muy exagerado. En casa, no veías nada de El Santo; era una casa normal, solo que mi papá tenía una habitación cerrada con llave, a la que solo él tenía acceso”, recuerda de esos días.
Como cualquier otro niño, Jorge admiraba a El Santo.
Compraba los muñequitos de plástico, esos de 14 o 10 centímetros que tuvieron su auge en la década de los 70 y 80 y que se vendían en los mercados, en los puestos de ferias, que tienen la mano izquierda levantada y la derecha abajo, modelo inspirado por la pose de su padre para la revista Box y Lucha en la década de los años cincuenta.
Con los domingos o los cambios, Jorge compraba las historietas de cómics de El Santo del dibujante y autor José G. Cruz (1917-1989) que también fue actor y guionista en la industria del cine mexicano y conocido como “el amo del arrabal” , el cómic más famoso en la historia de México y que en parte, contribuyó a posicionar al personaje como un súper héroe nacional, abajo y arriba del ring.
“El Santo era uno de mis ídolos, pero también Batman o el Hombre Araña. Jugaba con los muñequitos, creaba toda la banda, mis propias aventuras”, recuerda El Hijo del Santo de esos años de su tierna infancia.
Un domingo, su papá le pidió a Jorge que lo acompañara a su trabajo. Joge se subió al auto, al asiento del copiloto, el chofer era Carlos Suárez, quien fuera el representante de el Santo y en el asiento de atrás, quedó Rodolfo.
De pronto, Jorge voltea hacia el asiento trasero. No vio a su papá. Vio a El Santo.
“No me dijo nada, no me explicó, fue impactante. Llegamos a una plaza, había gente, puestos y mi papá se baja entre la multitud, y yo me quedo en el auto con el señor Suárez, bajamos una maleta. De pronto entro y me encuentro en una arena de lucha libre y un ring y mi papá sigue sin decirme nada. Empiezo a ver las luchas, a escuchar que el público le gritaba ‘¡Santo, Santo!’ que lo cargaban en hombros… imagínate lo fuerte que eso es para un niño de esa edad darse cuenta de algo así. Ahí nació mi gusto por las luchas. Esa tarde lloré cuando le pegaban en el cuadrilátero, me emocioné. Esa tarde la admiración hacia mi papá, no hacia El Santo, se multiplicó, pensé ‘mi papá es un fregón’”, recuerda.
Santo preparó a su heredero en el cuadrilátero. El Hijo del Santo debutó en el ring en 1982 presentado por su padre, y cuando éste falleció el 5 de febrero de 1984 continuó el legado heredado por la máscara, portándola con honor.
El misterio de la máscara, la realidad
El luchador y el hombre unidos por esa máscara, unidos y separados por la máscara de plata. Ambos seres conviven pero, la máscara se impone.
“El hecho de portar la máscara, no permitir que te conozcan, te hace ser un un esclavo de ella. Es tal el amor (del público) hacia la máscara, hacia el personaje, que acabas sacrificando parte de tu vida privada, de tu vida social, para evitar que te conozcan, que te tomen una foto, que te vean. Mi papá lo vivió así; él fue el primer luchador que empezó con esta buena costumbre de ocultar su rostro, fue el ejemplo de muchos otros, de los luchadores. Mil Máscaras,el mismo Blue Demon, empezaron a cuidar su incógnita gracias al ejemplo de El Santo”, recalca.
La incógnita de la máscara vale la pena. Sí, es un sacrificio pero las satisfacciones de vida son más. También, la máscara borra al hombre, aunque sin éste, la máscara no puede ser.
“¿Recuerdas o has visto cuando mi papá se levantó la máscara?”, trae a tema El Enmascarado de, aquel programa de televisión de principios de los 80, presentado por Jacobo Zabludovsky cuando El Santo dejó ver por primera, única y última vez su rostro en la televisión.
“Fue como pedir un reconocimiento como Rodolfo Guzmán, como decir ‘todos aplauden a El Santo, ¿y yo qué? Abajo de la máscara estoy yo’, siento que por eso lo hizo. A mi me sucede igual, pero disfruto tener una vida privada, la máscara da una ventaja que cualquier famoso desearía. Ellos no tienen esa gran ventaja”.
Lo curioso es que con El Hijo del Santo se da el mismo caso que con los superhéroes. El público se vuelve su cómplice, respeta el misterio de su identidad como si fuera Batman o El Hombre Araña.
“Hay muchos casos, de gente que ama a El Santo y al Hijo del Santo y que han tenido la oportunidad de conocerme sin máscara, y no quieren. Hay fotos de mi papá sin máscara y la gente no les hace caso, no les interesa, quieren ver a El Santo”, relata.
‘Si la máscara hablara’
Las lecciones de su padre, Rodolfo Guzmán y las de El Santo, compartió son similares. Manejarse con honestidad, la más importante y mantener el equilibrio y balance, no sólo en el cuadrilátero, sino en la vida.
Algo que la máscara permite perfectamente.
“Este personaje hace que tengas una doble vida”, aseguró.
“Como persona normal, como el señor Guzmán, estoy muy consiente que soy alguien desconocido, eso me ha gustado porque es una manera de nivelar tu ego y disfrutar la vida. Cuando el señor Guzmán se pone la máscara, se transforma en un personaje muy querido. El Hijo del Santo también está muy agradecido con él, porque le da vida a El Santo. Si esta máscara hablara, estaría profundamente agradecida con Rodolfo Guzmán y con el hijo de Rodolfo Guzmán”.
Compendio de dos entrevistas realizadas a El Hijo del Santo, que datan de 2014 y 2018.