Conversación con Elena Poniatowska

Sobre periodismo, género y por qué los mexicanos hacemos nuestra su propia conquista de este lado.

CHICAGO- Elena Poniatowska es maravillosamente fascinante. En un dos por tres te cambia de rol, de entrevistadora a entrevistada. Le encanta escuchar. Te atiende. Le encanta aprender. Le fascina entender las realidades de otros. No trae a cuestas el ego de los premios y reconocimientos que se han hecho en su nombre ni de los libros publicados.

Cuando un detalle de la charla informal atrae su atención, de su bolso de mano saca una pequeña libreta de cubierta roja -haciendo juego con el traje de saco y falda que lucía ese día- y un lapicero. Con una letra manuscrita impecable, anota. Escucha. Pregunta.

La escritora mexicana tiene esa jovialidad y ese encanto que tienen las personas ávidas de conocimiento. 

Antes que escritora, es periodista. ¿De qué se nutre, qué la inspira para sus relatos?.

Su educación católica, de convento, fue la primera inspiración, y la marcó.

“Me la vivía rezando y haciendo un inventario de todos los pecados que podría tener, que eran muchísimos, porque cuando tienes 15, 16 años, haces muchas cosas malas”, contó durante una charla-convivencia con la prensa local en el Instituto Cervantes antes de su presentación esa misma tarde.

Tras haber estudiado en Philadelphia en ese convento de monjas, que le hicieron calificar como “absurda” esa parte de la educación católica que te llena de culpas, regresó a México. 

Quería estudiar medicina, pero no podía revalidar sus estudios. Optó por el periodismo, pero no fue vista con buenos ojos.

“En ese entonces -1953- en México a los periodistas se les decía destripados, que eran los que habían fracasado en todas las demás carreras. Ser periodista estaba socialmente denigrado, además las mujeres eran confinadas a la sección de sociales (…). Se pensaba que las mujeres trabajaban MMC (mientras me caso), y que no había que invertir un centavo en ellas, sus títulos acaban en el baúl de los trastes viejos. Pero seguí, seguí en en periodismo hasta ahora, que cumplí 81 años”, comentó.

Poniatowska es pionera del periodismo. Consciente o no, ha servido de inspiración para otras que han seguido la profesión. El presente del periodismo escrito dista mucho del que vivió Elena, pero tiene los mismos principios.

“El ambiente ha cambiado. Ahora en el periodismo hay muchas mujeres pero ya con una preparación que yo no tuve. Ahora deben saber idiomas, cómo hacer una entrevista. Yo no sabía hacer absolutamente nada, nunca había hecho una entrevista, ni siquiera conocía a los personajes, ni me preparaba. Decían: ‘A ver esta bárbara que va a preguntar, es tan ignorante’. Adquirí reconocimiento a través de la propia estupidez, de la  ignorancia, eso fue bueno, fue una forma de salir”, relató.

Lo que le ayudó a destacarse, a sobresalir, fue salirse de lo que era la norma en aquellos tiempos en que los periódicos de México tenían “prohibido” reflejar la miseria del país. Porque la pobreza denigraba (y denigra) a ese México que quiere tapar el sol con un dedo.

Es de una familia acomodada y se le conoce como “la princesa roja”, por simpatizar con la izquierda mexicana, por no abogar por los de su clase social sino por los desfavorecidos. No le importó salirse de la comodidad y simpatizar con una realidad que pese a ser ajena, le calaba.

“En mi caso, había mucha censura. Empecé a tratar a los mexicanos más pobres, a los mexicanos sin ninguna posibilidad (de darse a conocer). Conocí a Jesusa Palancares, la soldadera que estuvo en la revolución mexicana. Lo mejor que me sucedió fue ir a las cárceles. Esa es la mejor lección para un escritor. Los presos están deseosos de contar su propia vida, su prodigiosa vida de verdades. Estaba ahí, atenta, nunca los contradecía. Y el grupo se hacía cada vez mayor. La gente está dispuesta a contar relatos de vida y con esos relatos de vida puedes hacer periodismo”, afirma.

Habla luego sobre esas realidades que aborda el cine mexicano. Alaba “Heli” de Amat Escalante por ser cine de denuncia. “Es violencia de principio a fin, no da ni un minuto de gracias al espectador. Sufres durante toda la película”.

No opina lo mismo de filmes como “Nosotros los Nobles”. No hace falta que lo exprese. Al mencionarlos como por encimita, les da el valor que tienen.

Admira el talento mexicano. Y más que se manifieste fuera del país.

“Aquí hay todo lo que hay en México, no solo las enchiladas. Esa fuerza se mantiene y es indispensable para la vida. Lo que no puede perder México es su talento, que se ha manifestado siempre en sus pintores, en sus escritores, no solo en el pasado, siempre recurrimos el pasado. Para mí, México es el país más talentoso de América Latina. Es el país que tiene más fuerza, no es porque yo esté ahí, en México. Lo asombroso es la fuerza que significa México para los mexicanos, es que sigue viviendo a través de los años en un país que no es México y que además se imponga, esa la conquista”.

Género: Mexicanas vs. chicanas

A Elena le cautiva esa fuerza de las chicanas, admira y es amiga de escritoras como Sandra Cisneros o Gloria Anzaldúa, que la asombró por sus revelaciones. Dice que las mexicanas somos más hipócritas. 

“No decimos las cosas, de repente las chicanas te dicen cantidad de cosas, las mexicanas pedimos permiso todo el tiempo, las chicanas siempre protestan y dicen abiertamente lo que son. Cuando conocí a Gloria Anzaldúa, me dijo ‘soy feminista y bisexual’. Esa manera tan ‘outspoken’ de decir lo que eres, es resultado de la autoafirmación de una persona que se levanta entre dos culturas que están dispuestas a destruirle”.

Luego habló del éxito. De uno tan abrumador como el de Madonna, por ejemplo, que le sigue sorprendiendo y un espectáculo al cual “no se asomaría” y que no responde a sus necesidades. Y luego está el éxito del escritor al ser traducido al inglés.

“Para algunos escritores estar traducidos al inglés era la salida al éxito, tener éxito es una fórmula mágica que se impone a cualquier otra cosa”.

Crítica y amable, hasta el fin

Mientras firma una pila de ejemplares de sus libros en el Cervantes, uno tras otro -”La noche de Tlatelolco”, “La piel del cielo”, un compendio de novelas, otro de narrativa breve- le señalo que, detrás de ella, está una foto de Carlos Fuentes.

“A Carlos lo quise mucho”. Relata que el día de la muerte de Fuentes (15 de mayo de 2012), habían quedado de verse y comer juntos.

Se  levanta de la silla y aprecia la foto de Fuentes, una de las que adornan los ventanales del Cervantes -también está la del peruano Mario Vargas Llosa y la de Isabel Allende, por mencionar algunos- y no lo reconoce.

“Pensé que era un charro. Está muy serio”, comparte sobre su amigo.

Entre charla ya posterior, donde hablamos sobre la presencia de la comunidad mexicana en Chicago, es cuando sacó de su bolso la libretita de cubierta roja para anotar los nombres de ciudades como Waukegan, Kankakee, Aurora, Elgin, lugares donde le platico hay comunidades enteras de mexicanos que son del mismo pueblo de origen. Encuentra fascinante ese fenómeno y quiere saber más.

Le comento que quizá en EE.UU. somos más mexicanos que cuando vivíamos en México. Y que México siempre adopta el modelo de EE.UU.

“Sí, es cierto pero es mucho más complejo que eso porque podrías pensar que todos quieren ser gringos (en México) y no. Hace años Carlos Monsiváis dijo que José Agustín y Gustavo Sáinz eran los primeros gringos nacidos en México, querían ser como J.D. Sallinger en “The Catcher in the Rye”. Pero al final, es tan fuerte lo de México que al final sale, y se impone. Lo que ha sucedido aquí es que han ganado los mexicanos y además ganan los mexicanos más pobres. Quizá haya grandes empresarios, pero los mexicanos más pobres son los que se imponen”.

Entrevista publicada originalmente el 15 de octubre de 2013. Ya no disponible en el sitio web del Chicago Tribune en Español.

También de un encuentro con Elena en Chicago: Elena Poniatowska y su vestido de tehuana (2014).

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