Cassandro: ‘Soy el Liberace de la lucha libre’

 Las máscaras, los trajes, los machos y el misterio fue lo que le fascinó de la lucha libre a Saúl Armendáriz.

Era el escenario perfecto para tener un álter ego, para convertirse en otro ser, uno superior que le ayudara a olvidar una vida plagada de abusos y de carencias y elevarlo a la categoría de deidad.

Un dios del cuadrilátero llamado Cassandro.

«La bendita lucha libre me lo ha dado todo», confiesa Cassandro mientras se mira al espejo en su camerino en el Vic Theater, el 4 de mayo (2013) donde será el rey del cartel del espectáculo de Lucha VaVoom.

Saúl Armendáriz, maquillando a Cassandro. ARCHIVO

El espejo refleja un rostro y será testigo de una transformación a punta de corrector, base, rubor, sombras, rimel, pestañas postizas y lápiz labial de un color llamativo, que le dan ese toque exótico y pintoresco. La delicadeza, rapidez y precisión con la que se maquilla despertarían la envidia de cualquier mujer.

En otra etapa de su vida, todo ese exceso servía para cubrir las carencias emocionales de Saúl. Originario de Cd. Juárez, Chihuahua, creció en el seno de una familia humilde, de seis hermanos, un padre alcohólico y una madre codependiente, según cuenta.

«Hubo golpizas y luego comenzó el abuso sexual. Tenía seis años y fue en casa. Siempre es un conocido (dice sin revelar la identidad de su abusador)», describe.

El abuso sexual continuó hasta sus 16.

«Alguien me miraba como un ‘sex toy’ (juguete sexual), me usaban cuando querían. Vives con eso y cargas con lo negativo», dice sin reservas.

La plática frente al espejo continúa. Saúl le da paso a Cassandro con cada aplicación de maquillaje y se remonta a sus inicios en la lucha.

Fue en 1987 que inició su carrera como luchador. En 1989 abandona Cd. Juárez y emigra a otra ciudad, a la «capirucha»: La Ciudad de México en busca de una oportunidad en el cuadrilátero con mayor exposición y mostrando su identidad sexual.

No fue fácil.

«¿Retos? Imagínate, hubo muchos. La discriminación, el rechazo y el machismo. (La lucha libre) es un deporte muy de México, de machos, se supone ¿no?. Tuvimos que romper muchas puertas y sufrir mucho, tanto las mujeres luchadoras, los enanitos y nosotros los exóticos, porque somos la diversidad, los que le damos el toque especial a la lucha libre. Hoy somos los fuertes, pero batallamos mucho. Aún hay gente homofóbica y cabrones con la mujer, el exótico y los enanitos».

Había que «partírsela» en el cuadrilátero para ganar el respeto del gremio. Demostrar con el trabajo por qué estaban ahí arriba, que no eran nada más «homosexuales salidos del clóset», que luchaban con medias más bonitas que las de sus compañeros y con trajes de baño coloridos.

«En el ring teníamos que demostrar que éramos luchadores como cualquiera, por eso estábamos ahí para enfrentarnos por cualquiera».

El camerino de Cassandro en el Vic Theatre es muy pequeño y lo comparte con Estrellita (Viviana Ochoa Barradas) su compañera de lucha de esa noche.

Para entrar a su camerino, ubicado en el sótano del Vic, hay que entrar primero a un salón general donde los otros luchadores que subirán esa noche al ring todavía no se han puesto la máscara.

Todos se alistan, hacen ejercicios de calentamiento. Los podemos mirar a los ojos, verlos al rostro, pero nunca contar cómo lucen. La identidad de un luchador es algo sagrado.

Son hombres comunes y corrientes que en cuanto se ponen la máscara, se transforman en ese héroe que siempre soñaron ser.

Cassandro es una invención y una perfección de Saúl, que ha tenido que sufrir golpes emocionales, físicos y desagravios de sus propios compañeros.

«Una vez me ‘filerearon’ (acuchillaron) y me golpearon. Apenas comenzaba a luchar. No podían ver que viniera alguien más fuerte, y menos siendo un homosexual liberado».

La combinación de brillo y gracia en el escenario para la parte de entretenimiento de la lucha libre y los «cojones» para enfrentarse con un rival, pronto hicieron de Cassandro un ídolo del cuadrilátero, una sensación. Vino la fama, el dinero… y el camino a la autodestrucción.

«Yo no sabía que siendo homosexual se podía ser homofófico».

Cassandro

«La fama y el dinero me hicieron mucho daño. No sabía cómo aceptar los logros, porque puros fracasos había tenido (en mi vida). Corrí a la droga y al alcohol. Había sexo, drogas y rocanrol y luego estaba chavito ¡…uta! me daba la gran vida», recuerda de sus días desenfrenados.

Tenía que tocar fondo. Una sacudida emocional lo reivindicó. La muerte repentina de su madre, en 1995, fue un duro golpe.

«Mi madre era mi salvavidas. Ella me apoyaba mucho. Sabía que era diferente. Con  el cariño y amor de mi mamá se me hacía la vida fácil. Cuando ella murió, no tenía quién me salvara de  todos mis problemas. Caí en la cárcel, hice muchas loqueras como adicto y mi madre me sacaba de todos los líos. Cuando muere,  ya no tenía quién me solucionara los problemas», narra.

Seguiría en el camino del exceso y la perdición,  cubierto por el brillo que da la fama y estar en el ojo del público.

El 4 de junio de 2003 decide entrar en un programa de desintoxicación y hasta la fecha se define como un adicto en recuperación. «Ahora soy un exótico y un ser humano con propósito».

Un ser humano que pese a tener un carácter fuerte – «chiquita pero picosa, lo pu… lo traigo en el cu…»- se dice un ser muy espiritual, renovado, no religioso. La religión nos separa, pero la espiritualidad nos junta. La religión es para aquellos que tienen miedo de ir al infierno. Yo ya fui al infierno, por todo lo que pasé».

Con sus 42 años de vida y 25 dedicados a la lucha libre, el Cassandro de la actualidad está más delgado y lleva el pelo cortado casi al ras y sin tinte, al natural. Bajó de peso por razones médicas.

«Todo el peso se va a las rodillas. Mis pobres rodillas me duelen mucho. Con tanta ‘lastimadura’. Tengo ocho clavos aquí (levanta la tibia derecha), tengo una placa, ligamentos rotos, meniscos rotos. No debería estar luchando. Mi cuerpo está muy golpeado», cuenta.

El dolor pasa a segundo plano cuando lo anuncian para un combate. Escucha el nombre «¡Cassandro!» y se esponja como pavorreal.

«Te vuelves como un dios. Soy el Liberace de la lucha libre. Me dejo llenar por el amor del público, se me olvida el pinche dolor, si mi abuela se murió ayer (risas). En este trabajo se sacrifica mucho a la familia por estar aquí. Me perdí el cumpleaños de mi primer sobrino por estar aquí. Me dice mi familia «¿Otra vez no vas a estar con nosotros?» y yo les digo que no toda la vida voy a ser luchador y que espero que toda la vida los tenga a ellos. Cuando anuncian mi nombre antes de subir al cuadrilátero, me meto en el personaje, me entra lo hombre (risas). Disfruto mucho mi trabajo, pero son unas madrizas».

En los últimos toques de su maquillaje, a punto de colocarse las pestañas postizas, le informan a Cassandro que no ha llegado el presentador de esa noche. Rápido toma su celular y llama a un promotor local que será su salvación. Necesita su presentador especial. Se lo merece.

La lucha continúa en el gremio de los luchadores exóticos, ya no por el respeto de los luchadores heterosexuales. Es por el respeto entre ellos.

«Es un gremio lleno de egos en donde en lugar de estarnos apoyando, estamos en contra, todo el tiempo. Yo no sabía que siendo homosexual, se podía ser homofóbico. Hace dos años me di cuenta que era homofóbico. No nos podíamos llevar bien, agusto, porque siempre estamos queriendo competir con otros homosexuales, o ser más, o menos que otros homosexuales. Ser gay es lo mismo en todos lados. Pero no todas somos iguales; habemos de ‘jotas a jotas’. Hay unas exitosas, casadas, con hijos adoptivos, buenos ejemplos, no todas somos iguales», dice de la comunidad gay.

Saúl no ha pensado que será de su vida cuando tenga que retirar a Cassandro. No es una opción.

«Si no fuera por Cassandro, no hubiera conocido a Saúl. Por Cassandro tengo lo que tengo, soy lo que soy. Porque Cassandro y la bendita lucha libre me lo han dado todo, lo bueno y lo malo. Tuve que descubrir quién soy, primero descubrir quién no soy. Eso fue lo que me funcionó».

Valora su libertad. No está casado y no le interesa estarlo. Tiene pareja, pero nada serio. «No quiero compromisos. ¡Noooo por favor, déjenme en paz!», dice a gritos. Cassandro está casado con la lucha libre, pero sí está a favor del matrimonio gay.

«Es un logro, nos da como comunidad un poquito de validez, de reconocimiento ante la gente».

El 20 de mayo cumplirá 43 años y tras varias caídas y «madrinas» dentro y fuera del ring, se encuentra más espiritual.

Además de luchador, pertenece a un grupo de danza tradicional mexicana en El Paso, Texas, ciudad donde reside. En la presentación de Lucha Va Voom el 4 de mayo, incorporó esa nueva pasión en su número de apertura.

«Tengo ángel, la gente me ha respondido bien a través de mi carrera. La gente me hace y me deshace.  Me gusta recibir el amor, entrego el alma en el ring, y mi vida en el ring. Vivo por la lucha libre, es mi vida, mi medicina, así como en un momento fue mi peor enemiga».

En su vida, vienen cosas buenas: El lanzamiento de un libro sobre su vida, un documental y una película.

«Hoy soy testigo del milagro de mi vida. Hoy te puedo decir que valió la pena lo tuve que pasar», dice al momento de bajar la mano y dejar sobre el tocador de utilería, el pincel con el que se aplicó un poco más de sombras para los ojos.

Llegó el momento de que salir del camerino. Saúl se va cambiar para que la transformación de Cassandro sea total.

Su público lo espera frente al ring.

«¡Cassandro, Cassandro!».

Publicada originalmente el 16 de mayo de 2013.

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