Un diálogo a página abierta con la escritora chilena
Laureada, premiada, reconocida a nivel internacional, Isabel Allende permite tener una conversación con su interlocutor sin interrupciones y sin el ruido de los protagonismos.
Está en la plática para compartir vivencias, ejemplos de vida, narrar pasajes entre lo mágico y surrealista, que ya ha contado en los casi veinte títulos de su bibliografía, como “La casa de los espíritus”, “Paula”, “Retrato en sepia”, o “Mi país inventado”.
Esto es solo un fragmento de la conversación con Allende, en la que hablamos de escritura, feminismo e inmigración.
¿Qué ha aprendido Isabel Allende en todos estos años a la hora de escribir una historia?
Sigo cometiendo errores (risas), pero son nuevos errores. Cuando creo que he aprendido algo, siempre hay algo nuevo que aprender. Una sola cosa he aprendido en estos años y es que siempre se puede contar la historia. Antes, cuando empezaba a escribir, siempre había un periodo, que pueden ser semanas, a veces más de un mes, en el que la historia está atrancada, que no sucede, y uno siente que no la va a poder escribir nunca. Ahora sé que no me tengo que dar por vencida. Que si me presento todos los días delante de la computadora, tarde o temprano, voy a ser capaz de contar la historia. Es cuestión de encontrar la voz, el tono, no siempre se da al principio. Pero con trabajo se da.
Eres una inspiración para las mujeres, en cualquier carrera, en especial en el periodismo y la literatura. ¿Qué ha cambiado en la profesión desde tus primeros días?
De partida, en el periodismo, cuando yo empecé, era un mundo de hombres, en el que las mujeres eran secretarias, muy rápidamente eso cambió y ahora, las mujeres periodistas (por lo menos en Chile) son más numerosas que los hombres. Son más valientes, se atreven a hacer las preguntas que los hombres no se atreven, están en la primera línea cuando son corresponsales de guerra. No siempre alcanzan los puestos más altos, no siempre tienen los sueldos más altos, eso todavía, se los reparten entre los hombres. En materia de literatura, cuando publiqué “La casa de los espíritus” (1982), se dijo que era la única mujer del “boom” de la literatura latinoamericana. Las mujeres estaban escribiendo en América Latina desde Sor Juana Inés de la Cruz, pero silenciadas, no reconocidas por la crítica, ni por los profesores, ni estudiadas, ni publicadas. Ahora hay muchas mujeres que estamos escribiendo. Eso ha cambiado también. Se sabe hoy en día que más mujeres que hombres compran libros de ficción y que les gusta comprar libros escritos por mujeres, entonces los editores ya saben eso y se ha abierto un mercado enorme para las mujeres.
¿Cómo ves el feminismo como movimiento social, a través de los años?
Ha evolucionado. A mí me tocó la primera ola de feminismo en Chile, ya existía en Europa, en EEUU, pero cuando llegó a Chile, mi generación fue la primera que la recibió. Y luego me tocó toda esa etapa que era una guerra contra los hombres, muy combativo, muy agresivo. Después vino el “backlash” (contragolpe al feminismo), que llamaron y luego se empezó a consolidar como un movimiento primero, irreversible, que lógicamente fue evolucionando y cambiando. Creo que todavía no se ha obtenido ni la mitad de lo que creí se habría obtenido en tantos años. Tengo una fundación (la Fundación Isabel Allende) que trabaja con mujeres y niñas. Cuando vemos la situación de la mujer en los países desarrollados, pensamos que se ha obtenido mucho. Pero todavía en el mundo hay niñas vendidas en matrimonio prematuro, en trabajo forzado, en prostitución, mujeres golpeadas, asesinadas con completa impunidad. Todavía la situación de la mujer en la mayor parte del mundo, es de sometimiento, de ignorancia, de pobreza. Todavía falta mucho por hacer. Tengo 71 años, lo que me queda de vida lo voy a invertir en esta lucha que empezó cuando tenía 15, que fue cuando comenzó el deseo de hacer algo por mí y por mis hermanas del mundo.
Hablemos del tema de la inmigración. Te tocó, ser inmigrante. Primero en Venezuela, luego en EE.UU.
Me da una pena infinita el sufrimiento de tanta gente que tiene que dejar a sus hijos para ir a trabajar. Niños que se crían separados de los padres, con la angustia. Finalmente cuando los traen, pueden ser deportados, o niños que nacen aquí pero que sus padres pueden ser deportados. (Los inmigrantes) viven la explotación, la inseguridad, la falta de derechos, ser ciudadanos de segunda o tercera clase, todo eso lo veo al lado de mi casa. Hay que hacer la reforma migratoria y hay que estar muy alertas de defender los propios derechos, muy unidos.
¿Qué opinión tienes del estado actual del español en EE.UU.?
Vivo aquí hace 26 años y veo la diferencia. Antes lo hablaban sólo los trabajadores, los mozos del restaurante, ese era el español. Y en 26 años en todas las esquinas hay un restaurante, la música. El idioma está por todos lados, hemos ganado un inmenso poder con la lengua, que es una lengua hermosa, que hay que mantener. Me toca hablar a los jóvenes, hijos de inmigrantes, que no quieren hablar el español. Les pregunto: ‘¿Por qué no, si pueden tenerlo todo?’. Pueden tener el inglés y el español, tomar lo bueno de la cultura latina, dejar lo malo como el machismo y adoptar todo lo bueno de este país y ser completamente biculturales, con lo mejor que las dos culturas tienen qué ofrecer. ¿Por qué nos vamos a quedar con menos?.
Publicada originalmente en 2015.